lunes, 17 de setiembre de 2007

TROZOS DE VIDA 5

Que triste fue dejar aquel colegio en el campo, es imposible dejar de sentir nostalgia aún después de tantos años. Por esas cosas de la vida y de la economía familiar tuve que cambiar este colegio por otro, llamémosle de “gente normal” y de remate sólo de varones, el Politécnico Salesiano, en Breña, hermano pobre del Colegio Salesiano, al cual llamábamos “la común”, nosotros éramos “la técnica”, olvidaba decir que tenía ya una hermana de 6 años también en edad escolar. Para ingresar a este colegio tuve que dar un examen de ingreso como los que se dan en las universidades, bueno así lo sentí yo, pues postulaba a una carrera técnica, lo triste fue que habiendo ingresado con un buen puntaje para la especialidad más alta: electrónica, el gobierno decretara el fin de las carreras técnicas en los colegios, implantando justo en ese momento la llamada “secundaria adaptada”. Luego de esta difícil etapa, se dieron inicio a las clases en el otoño del ’74. Esta vez no había movilidad que me fuera a recoger, tenía que viajar como cualquier mortal en alguna línea de buses que me llevara al colegio. Los primeros días viajaba acompañado por uno de mis padres, recuerdo que tenía que tomar un bus que me dejaba en el centro para de ahí tomar otra línea que sí me llevaba hasta el colegio. Suerte la mía que a los pocos días, cerca de casa, se inauguraba una nueva línea de buses que me dejaban un poco más cerca del colegio, a algunas cuadras. No me fue necesario mucho esfuerzo para adaptarme a esta nueva situación, me resultaba bastante divertido subir y bajar de los buses. A pesar de la limitación era bastante ágil con mis bastones. Lo que si no me gustó fue ver los ojos de compasión que ponía la gente al verme, nunca antes me había detenido a ver cómo me observaba la gente, sería porque estaba acostumbrado a otro tipo de situaciones, rodeado de chicos y chicas que compartían mi situación y de personas mayores que la comprendían.
Los pasajeros de los buses se desvivían por darme el asiento, cosa que al principio me parecía divertida, pero conforme pasaba el tiempo llegó a cansarme y a molestarme, pues a veces la gente, en su afán por ayudarme, llegaba a estorbarme y recuerdo que en una que otra ocasión por culpa de las benditas ayudas me daba un buen golpe o me caía, lo que a fin de cuentas resultaba demasiado bochornoso. Cuando salí de aquel colegio en el campo, en mi incipiente adolescencia, salí con la convicción de que no era ningún acomplejado, pero nadie me dijo que el mundo exterior estaba lleno de complejos y sumido en la más completa ignorancia con respecto al trato hacia un limitado físico o sensorial. Fueron muchas las veces que los buses no se detuvieron ante mi señal de alto, se pasaban de largo con la mayor indiferencia. Todos parecían obstinados en acomplejarme a la fuerza. A decir verdad el trato que recibía dentro del nuevo colegio no fue muy distinto al que recibía en la calle, los mismos ojos de lástima y a veces hasta de desprecio y subestimación. Pero eso no duró demasiado pues tuve que demostrar con el tiempo lo que realmente valía y que de ninguna manera me permitiría ser el blanco de burlas y bromas pesadas. Realmente fue un cambio radical, había tantas diferencias entre aquel colegio en el campo y este nuevo de secundaria, que para colmo, como dije antes no era mixto. De ahí en adelante constantemente asombraba a mis compañeros con las cosas que hacía: bajar las escaleras de tres en tres o de cuatro en cuatro con mis bastones, dominar una pelota de fútbol o simplemente correr con ellos.

MUSICA DE VILLA EL SALVADOR